Tenía ocho años cuando acostado en
la cama de mi tía en España vi descender a Neil Armstrong por la escalerita de su módulo lunar y hacer
por primera vez algo que los hombres habían siempre soñado: pisar la Luna. Fui
de los afortunados que consiguió ver en esplendida TV a color el lanzamiento del Apolo 17, ya en
América y por allá en 1972 y donde el ahora olvidado Harrison Schmitt fue el último hombre en pisar el mítico
satélite. Y todo eso fue después que el genial Stanley Kubrick dirigiera la
película 2001:Odisea del espacio, basada en la obra del novelista Arthur C. Clarke, publicada
originalmente en 1951. Hasta
entonces doce bravos hombres habían caminado sobre la superficie lunar y
esperábamos mucho más; como niño me planté entonces llegar ser astronauta, nothing beats an astronauta reza el eslogan de un famoso comercial de estos días, y todavía continúa siendo verdad. Recuerdo la excitación en el colegio, donde todos los chicos hablábamos de eso, la incredulidad de mi madre y la certeza de mi padre; recuerdo haber leído cada artículo que hablaba de las maravillas de un futuro en espacio que se me avecinaba cercano, donde la humanidad por fin saldría de esta esfera azul que nos empeñamos en romper. Pero la vida vino y me llevó por delante y termine siendo lo segundo mejor a un astronauta: ser
un escritor de Ciencia-Ficción.
Asistiendo el pasado fin de semana a
la World Fantasy Convention en la playera ciudad de Brighton en Inglaterra,
muchos temas salieron a la mesa, entre cerveza y cerveza, y uno de ellos fue el
hecho de que de todas las cosas maravillosas que esperábamos de la carrera
espacial, casi ninguna se cumplió; como el legendario astronauta Buzz Aldrin comentó en su artículo en la prestigiosa revista científica MIT, nos
prometieron colonias en Marte y en cambio nos han dado Facebook. ¿Qué paso con
la exploración espacial? ¿qué paso con todos esos sueños juveniles? ¿con la
aventura? - ¿Hemos tenido los escritores de Ciencia-Ficción algo que ver con
esta decepcionante realidad? – muchas voces dicen que sí, que los escritores dela Era de Oro (de 1938 a 1946) estimularon la imaginación del público en
general de una manera que nunca antes había ocurrido, que sus relatos eran
sobre el espacio, sobre la exploración espacial, con escritores como John W.
Campbell, Isaac Asimov, Stanislaw Lem o Robert A. Heinlein y revistas como Amazing
Stories editada por Hugo
Gernsback. Fueron sus historias, más que la política de la Guerra Fría, las que
empujaron los programas espaciales, convirtiéndose en una poderosa fuerza
social que permitió soñar al común mortal de que la exploración espacial era
posible.
Y entonces dejamos, de alguna
manera, el tema de lado. Si claro, todavía tuvimos el arranque de Star Trek en
TV y de Star Wars en el cine, todas
ellas en los 70s, y la Ciencia-Ficción y la Fantasía ha ido ganándose su
espacio como literatura seria, pero las historias han cambiado: ahora escribimos
fantasías heroicas, El Señor de los Anillos y Guerra de Tronos son las
favoritas, seguidos de Harry Potter y cuanta saga hay sobre zombis, vampiros y
werewolfs. Hasta subgéneros olvidados como el Steampunk están tomando fuerza,
retomando las raíces creadoras del siglo XIX. Apenas se escribe sobre la
gloriosa exploración espacial, y claro está, ante la falta de interés del
público, en un mundo plagado de problemas sociales, económicos y de
contaminación, nadie está interesado en gastar billones de dólares en programas
espaciales que aparentemente no aportan ningún beneficio inmediato. Estamos tan
ciegos a las posibilidades que preferimos concentrar nuestros recursos y tiempo
en Internet, en las redes sociales y en nuestros particulares mundillos
internos.
Creo que los escritores de
Ciencia-Ficción tenemos que volver a tomar el papel protagónico que teníamos
antes, utilizar estas mismas herramientas que nos han sumido en una masa que
consume contenidos pero no los lee y despertar al público en general,
devolverles sus sueños, y enseñar otra vez la ruta que está más allá de las
estrellas, donde ningún hombre ha ido antes.
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