viernes, agosto 05, 2016

My Olympic experience


Four years ago I was fortunate to be one of the volunteer Ambassadors for the London 2012 Olympics.  
I was at the practice session for the Opening Ceremony. The Stadium at Queen Elizabeth Olympic Park was at full capacity, and the atmosphere was electric. The drummers came through the crowds at the beginning of the Industrial Revolution section that was the most dramatic moment I’ve experienced at any show. 

I learnt that day, first-hand, the difficulty in trying to identify and verify people. The organisers needed 70,000 volunteers to assist with all manner of duties. To be eligible to volunteer you had to be a UK resident and agree to undergo background security checks. The Home Office, in cooperation with security and law enforcement agencies, conducted immigration, criminal record, and security checks to determine each applicant’s suitability for accreditation.

This rigorous process started in 2010 when the Mayor's London Ambassador programme for 8,000 city guides was launched. It was designed to ensure those working at the Games were fit to do so.  The police took the lead in terms of security for the Olympics, with 13,000 officers being made available, supported by 17,000 members of the armed forces. Royal Navy, Army and RAF assets, including ships situated in the Thames, Typhoon jets, radar, helicopter-borne snipers, and surface-to-air missiles, were also deployed as part of the security operation.

Private security firm G4S, failed to provide their intended 13,700 staff due to training and manpower issues that emerged just weeks before the games, such that the number they eventually supplied was closer to 10,000. This was the biggest security operation Britain had faced for decades. Bearing in mind that in the back of everyone’s mind was the bombing of the London Underground and a London Bus the day after the city was selected to host the Olympics.

In hindsight, I probably got the idea of portID ™ from my Olympic experience as it became apparent to me the need for a system that could clear/check and verify very large numbers of people efficiently and effectively in an economic and convenient manner. That system would need to be capable of identifying a person from whatever country they originated using any official documentation (passport, driving license, national ID card, or even their face in terms of known threats). And all to be done simply with an iPhone 6 working anywhere in the world in 30 seconds in the palm of your hands whilst being fully compliant with data privacy laws.

It's amazing how the world has moved on since 2012 and how far mobile technology has progressed. Even the abstract concept of the Cloud is a reality we all deal with on a daily basis and because of it we can identify and verify people in ways that weren't imaginable four years ago. This is why at MobileID we feel we are one of the companies at the very forefront of using mobile technology to solve very real world problems.

The London 2012 Olympic Games were a huge success and inspired audiences and sports fans globally. Now as we stand at the dawn of the Rio de Janeiro Games I am sure we all hope and wish that the Games are a similar success and pass off peacefully.


jueves, abril 09, 2015

Prey´s Moon




Prey´s Moon



Joseph M. Remesar

"Even a man who is pure in heart
And says his prayers at night
May become a wolf when the wolf-bane blooms
And the autumn moon is bright.”
Curt Siodmak


Londres, Octubre 1885
Después de terminar con la correspondencia, el padre Jesús O’Prey salió de la pequeña habitación que usaba como oficina e inspeccionó por última vez los dormitorios, ahora en silencio. A la tenue luz de su candil contempló las literas llenas de gente sin hogar, de niños abandonados y explotados en las fábricas, de mujeres de vida fácil, los alcohólicos y los perdidos entre las brumas del opio. Al menos por una noche aquellas almas perdidas en la gran metrópoli tendrían un techo en el que protegerse.
- Mary – se dirigió a la voluntaria, al tiempo que comprobaba en su reloj que eran las 11 de la noche – es todo por hoy. Por favor, cierra hasta mi regreso mañana por la mañana.
- Muy bien, Padre – respondió la muchacha–. No se preocupe, para cuando llegue ya habremos servido las gachas del desayuno.
El sacerdote la benijo con la señal de la cruz, y se enfundó en el abrigo y la gorra, consciente de que, si no fuera por las docenas de voluntarios como ella, sería imposible mantener en marcha el hospicio, y tal vez su labor como párroco en Richmond.
- Gracias Mary – se despidió – hasta mañana –. El padre Josehp salió a luchar con la ventisca, y con la suave lluvia que caía en esos momentos.
Volvió a comprobar en su reloj de pulsera para estar seguro de que tenía tiempo suficiente de llegar al último tren que salía de Picadilly Circus a las doce en punto. No había llegado al final de la calle cuando observó que tres hombres lo seguían. Antes de alcanzarar la entrada de la estación se giró para encararse con ellos.
- Caballeros, me temo que no llevo nada de valor en mi persona –les informó con su más marcado acento irlandés.—A no ser que quieran llevarse este viejo crucifijo celta que me regalo mi madre el día en que me ordenaron sacerdote –dijo mostrando la estilizada forma de plata.
- No se preocupe padre –empezó a decir uno de los hombres, encendiendo un cigarro que iluminó brevemente su rostro– no es su miserable crucifijo lo que queremos.
El padre Jesús O’Prey reconoció aquel rostro, curtido con mil cicatrices debajo de un sombrero que alguna vez había sido digno. Se trataba de Jack Squeers, un proxeneta conocido en el West End y con el que había tenido más de un enfrentamiento en el pasado.
- ¿Sabe? – comenzó, al tiempo que hacía una señal a los otros dos maleanted para que sujetaran al padre.– No es bueno para el negocio que proteja a mis chicas en su… establecimiento.
- Esas pobres mujeres solo buscan una vida mejor –protestó el padre, poniendo toda la resistencia de la que era capaz–, y algunas de ellas son solo niñas.
- Cuestión de criterios – respondió el hombre, ajustándose los guantes – y creo que vamos a tener que negociar la situación – y, diciendo esto, le lanzó un puñetazo directo al estómago.
Jesús O’Prey no siempre había sido un humilde párroco católico. Cuando joven, allá en su bella Irlanda, había sido un pugilista amateur consumado, así que recibió el golpe con gracia, expirando el aire y endureciendo los abdominales.
- ¡Vaya! – exclamó el delincuente sorprendido - ¿un tío duro eh? – y procedió a tomar impulso para darle en el rostro.
En ese preciso momento sonaron los silbatos, no una ni dos, sino varias veces; silbatos de la policía. Jack volteó para ver las luces a su espalda y entre la niebla, los altos cascos de los bobbies.
- Creo que tendremos que dejar esta… conversación para otro momento – dijo, al tiempo que se escabullía con sus esbirros por uno de los callejones laterales.
El padre respiró aliviado, llevándose la mano al estómago, asegurándose que no tenía nada roto. Se dirigió hacia las luces con toda la entereza que logró reunir. Varios bobbies se aseguraban de que la muchedumbre no colapsara la entrada a la estación, que se hallaba algo más concurrida de lo que era habitual a esa hora de la noche. El sacerdote sonrió, pensando en cuán misteriosos era los designios de Dios; los silbatos no habían tenido nada que ver con él sino con algo más grave que había ocurrido en las inmediaciones.
La estación era totalmente subterránea, escondiendo en sus entrañas un conglomerado que ahora tenía tres niveles bajo la plaza, llamada por el populacho simplemente como la Plaza de Eros y hasta donde llegaban los vagones neumáticos de varias líneas del metro, y dos trenes de vapor de cercanías. Tratando de mejorar la zona, rodeada por los fumaderos de opio del Soho y los insalubres callejones del West End pero cerca de la prestigiosa Oxford Street, la alcaldía la había provisto de novedosos faroles eléctricos, y parecía un oasis de luz en medio de un desierto de penumbras.
Había dejado de llover pero los adoquines seguían mojados y llenos de reflejos. O´Prey se asomó como los demás sobre la barrera que había levantado la policía alrededor y observó que había un cuerpo tirado más allá, rodeado de oficiales de Scotland Yard. De inmediato sospechó que había ocurrido un asesinato. En la distancia reconoció a uno de ellos: era el inspector James Usera-Brackpool.
-Inspector, ¡inspector James! – gritó tratando de llamar la atención del policía sin lograrlo.
- Por favor retírense – dijo el bobby más cercano a él moviendo su bastón. – Esto es un asunto oficial; no hay nada aquí que les interese.
- Soy el Padre Jesús O’Prey – se identificó mostrando su estola –. Hijo, ¿puedes llamar al Inspector que está a cargo? – pueden que necesiten de mis servicios…
El bobby dudó al verlo; era un chico joven, respetuosos de la religión, así que se acercó hasta James y le susurró algo en el oído. El inspector esforzó la vista para reconocer a O’Prey y entonces hizo una seña para que lo dejaran pasar.
- Padre O’Prey, tanto tiempo sin vernos… – le saludo James con un toque de su sombrero bowler. Iba tan elegantemente vestido como siempre, con un traje gris plomo y una singular corbata de lazo amarilla.
- ¿Qué ha pasado aquí? – preguntó O´Prey sin preámbulos, observando la tela que cubría el cuerpo, empapada de sangre - ¿Hay algo que pueda hacer por la victima?
- Me temo que no – contestó James escuetamente –. Esta alma está fuera de toda redención.
- Nadie está libre del perdón de Dios, hijo.
- Padre… permítame que le advierta que lo que está debajo de esa manta, hace mucho que dejó de comportarse como un ser humano – dijo el policía, mirándolo directamente a los ojos al decir esto.
- No se le puede negar la absolución a nadie, pecador o no – dijo el padre resuelto, sacando su estola violeta y un pequeño frasco con agua bendita de su bolsillo.
James Usera-Brackpool intercambió una mirada con el otro inspector al cargo, que movió la cabeza de lado a lado dando a entender que aquello no le parecía buena idea. Pero entonces vio la mirada resuelta del sacerdote y el cuerpo ensangrentado sobre la calzada, e hizo un gesto al bobby que lo custodiaba para que levantará un poco la tela.
El padre Jesús O’Prey se arrodilló para darle el último sacramento a aquel hombre, y se quedó helado, paralizado del asombro, sin habla: debajo de la tela se ocultaba la cabeza de lo que parecía un enorme lobo, con sus fauces abiertas mostrando unos colmillos afilados y ensangrentados, y una gran lengua por fuera.
- Le advertí que no era una escena agradable – comentó James a su lado – no sabemos que es, pero le puedo asegurar que ha matado a no menos de una docena de almas inocentes.
- Dios bendito – exclamó el sacerdote.
- Hoy hemos tenido suerte – dijo el otro inspector acercándose, y observando con disgusto el cuerpo – no se detuvo ante ninguna orden y hemos tenido que abatirlo a tiros.
El padre tuvo el valor de retirar casi completamente la manta y esto es lo que vio: se trataba de una bestia de tamaño descomunal, de unos siete pies de altura, el cuerpo completamente peludo, piernas y brazos como los de un hombre y manos de anchos dedos terminados en largas uñas, más parecidas a las de un oso que a las de un canino. Las heridas de bala, la mayoría en el pecho, humeaban de una manera extraña.
- Balas de plata – dijo el otro inspector y enseguida se arrepintió de haberlo dicho.
James apretó ligeramente el hombro del padre, diciéndole:
- Haga lo que tenga que hacer, padre.
El sacerdote procedió entonces a administrar el último ritual, ungió la frente de aquella criatura con aceites santificados y comenzó a recitar la oración de la Unción de los Enfermos. Se acercó a aquel rostro terrible, irracional, que no podía existir y entonces vio moverse los ojos amarillos y sintió la enorme garra tomándolo por la levita y acercarlo con fuerza a sus fauces, hediondas como una cloaca.
- Déjeme morir – escuchó claramente – déjeme… morirrrr – y la bestia lo soltó y expiró con una última bocanada de aire caliente.
O´Prey se levantó en sobresalto, tratando de gritar, y miró hacía los inspectores, hacia los bobbies, al populacho que todavía se arremolinaba a lo lejos, como esperando que alguien hubiera visto ese movimiento. Turbado, se dirigió hacia el inspector James.
- ¿Vio usted eso? – dijo temblándole la voz  - ¿lo vio? esa criatura me hablo…
El inspector iba a contestarle cuando la llegada de un carruaje Hackney, de los utilizan un motor de vapor para moverse, los interrumpió. Un par de hombres se bajaron del mismo. Parecían soldados por los uniformes grises plomo, las botas de cuero altas y de gruesa suela y los ajustados guantes de combate. Uno de ellos, el más grande, llevaba un par de largas bombonas a la espalda que se conectaban por tubos de goma a un curioso mecanismo, una especie de soplete de construcción pero con un par de gatillos.
- Lo siento padre – dijo el más fornido de los individuos, dirigiéndose hacia donde estaba el cuerpo  - mis órdenes son  incinerar al sujeto en el sitio.
- ¿Pero qué dice? – exclamó O´Prey perplejo - Inspector… ¡le digo que esa criatura todavía está viva!
James lo alejó de la escena, tomándolo por un brazo. El soldado se ajustó entonces una larga máscara de goma negra de ovalados ojos de vidrio y voluminosos respiradores.
- Con más razón –  gritó el hombre y encendió la mecha del soplete – ¡apártese todos! – y entonces arrojó una poderosa llama azul sobre el cuerpo, que inmediatamente se tornó rojo y amarillo al prenderse.
La criatura ni siquiera se revolcó como esperaba el padre; se limitó a permanecer tan inerte como una estatua de piedra, inamovible al chirriar de pelos y carne ardiendo y al olor nauseabundo e intenso. El soldado todavía repaso varias veces el lanzallamas hasta que solo quedo un montón de cenizas y una gran mancha negra en el pavimento. El padre O´Prey no pudo evitar voltearse y vomitar ante la dantesca escena.
Minutos después, el Hackney desaparecía calle abajo junto con los soldados, los restos eran barridos por un equipo de limpieza y la policía levantaba la barrera abriendo otra vez el acceso a la estación, volviendo todo a la rutina. La estatua de Eros, testigo mudo de la escena, parecía sonreír. El padre O´Prey yacía acuclillado en una esquina tratando de recuperarse del shock.
- Venga – le dijo James – le invito a un trago.
El sacerdote lo miró, la confusión aun presente en sus ojos, y asintió.
James Usera-Brackpool tenía algo en común con Jesús O´Prey: sus raíces irlandesas. De madre irlandesa y padre español, había nacido en Dublín aunque se había educado en Oxford después de la muerte de su padre en Argentina. Había conocido al sacerdote hacía unos años y desde entonces se veían de vez en cuando. Fueron a unos de los pubs clandestinos que todavía se mantienen abiertos a pesar de las órdenes del Rey y que tanto criminales como oficiales de la Ley conocen y comparten en complicidad.
- Hay cosas sobre esta tierra de las cuales nadie tiene respuesta – dijo James acercándose a la barra y pidiendo dos whiskies – le voy a contar una historia – dijo bajando la voz, sabiendo que podía confiar en la discreción del padre - Hace unos meses que perseguimos a esta… bestia, o como la quiera llamar.
El tabernero dispuso dos vasos y los llenó delante de ellos. James, al ver que el sacerdote se zampaba el suyo de un trago, pagó por la botella de Jameson, y fueron a sentarse al fondo.
- ¡Sláinte! – brindaron en gaélico.
- El primer caso ocurrió hace un poco más de un año – comenzó el inspector-. Alguien dio aviso de la presencia de un animal en la estación de trenes de Waterloo, algo enorme, como un lobo pero que se erguía sobre dos patas – se interrumpió para dar un trago - cuando los del escuadrón de animales llegaron, el animal o le que hubiera sido, había escapado apresurado y confundido por una de las vías, y terminó por ser arroyado por una locomotora.
O´Prey pareció recuperar el brillo de sus ojos a medida que el licor calentaba su garganta. Sin decir nada, dejó que el inspector continuara su narración.
- El segundo caso, y la primera vez que estuve involucrado, ocurrió en los alrededores de la estación de metro de Covent Garden – James jugueteó con su vaso -. Otra vez alguien informó de la presencia de un animal enorme, como un oso, que había matado a todos los animales de una granja – James ladeó la cara en una mueca  -. Semanas después lo vieron rondando una noche el ganado y entonces los locales contrataron a un famoso cazador africano – la luz de las velas del local tintineaban, dándole un tono tétrico a cada palabra del relato  -. Dos días después el mercenario lo abatió de seis tiros antes de que llegáramos, calibre .50, con una doble escopeta para cazar elefantes –hizo una larga pausa y bebió otro trago -. La bestia en cuestión, y yo la vi con mis propios ojos, era prácticamente igual a la que usted vio esta noche, con diferencias en el color del pelo – James chasqueó la lengua y pareció ver al techo -. Fue diseccionada y sus órganos estudiados. Los órganos, hasta donde el patólogo y un médico calificado concluyeron, eran completamente humanos, aunque la musculatura de la criatura se encontraba extremadamente desarrollada. El ejemplar disecado se encuentra en los fondos del Museo Nacional de Historia Natural.
- Lo que me dice parece un mal cuento de horror – ronroneó entonces O´Prey recuperando la voz.
- Scotland Yard decidió entonces crear una unidad especial para lidiar con estos casos… digamos inexplicables – continuó James  -. Los hombres que vio son parte de ese equipo, la mayoría exmilitares – le sirvió otro whiskey al sacerdote -.  También nos concedieron acceso a armas e utensilios algo ortodoxos, no precisamente el equipo estándar de la policía metropolitana.
- Jamás había visto nada como eso… ¿un arma lanza fuego? – comentó el hombre recordando con temblores el momento.
- El individuo de esta noche – dijo James señalando hacía afuera - ha sido hasta ahora el más peligroso: atacó a una pareja cerca de Hyde Park hará como tres meses, matando al hombre e hiriendo gravemente a la mujer. Poco tiempo después, sorprendió a un grupo de estudiantes que salían de una celebración en un pub: de los seis chicos solo uno sobrevivió y perdió una pierna.
-¡Qué horror! – exclamo en voz baja O´Prey –
- Hará como un mes volvió a atacar – James sacó un puro y lo encendió - esta vez a un oficial armado en Trafalgar Sq. Solo sabemos que el pobre hombre descargo su revolver de reglamento… jamás recuperamos su cabeza.
El padre no dijo nada, llevándose la mano al mentón y observando como las bocanadas del humo del puro se mezclaban con el aire enrarecido del lugar. Olía bien aquel habano.
- Por líneas de investigación poco ortodoxas – continuó James– llegamos a ciertas conclusiones: el equipo comenzó a utilizar balas de plata y revisamos todas las fechas hasta que…  – James levantó el dedo índice - notamos cierto patrón, las criaturas tenían tendencia a salir a cazar en noches de luna llena,  así que lo esperamos, patrullamos las principales estaciones y tuvimos suerte.
Los dos hombres se quedaron un largo minuto en silencio, escuchando la algarabía del resto de los comensales que seguían entrando y saliendo del local como si aquella noche no fuera a terminar nunca. James tiró lo que le quedaba del cigarro, se levantó y se colocó su sombrero con la elegancia que lo caracterizaba; observó que todavía quedaba media botella de whiskey pero decidió que al padre le hacía más falta que a él.
-Hasta la próxima padre – se despidió con cortesía.
- Que Dios le bendiga – alcanzó a murmurar el sacerdote antes de que el inspector saliera.
Ninguno de los dos se percató en ningún momento de que otro hombre los había seguido desde la plaza, y había escuchado su conversación. Era un hombre pequeño, de apariencia insignificante, con lentes de montura de plata y una mata de pelo blanco debajo de su grasienta gorra, pero con una mirada siniestra, de locura y muerte. A espaldas del padre, lo acompañó en sepulcral silencio hasta que este termino con la botella y salió tambaleante a enfrentar lo que quedaba de la noche, alumbrada por una luna llena todavía desafiante.
****
Las semanas siguientes transcurrieron con la habitual rutina del padre O´Prey; entre su parroquia y el hospicio apenas tenía tiempo de preocuparse de nada más. La capital del Imperio era un mundo de fuertes contrastes, entre los privilegiados inmensamente ricos y la masa de trabajadores y pobres existía una fisura que el párroco trataba de cerrar, ayudando a tantos como podía.
Justo un mes después, una tarde que había salido temprano del hospicio para realizar la compra de avena y harina, lo abordó en plena calle un hombrecito curioso, bien vestido, de unos cincuenta años pero el pelo ya completamente blanco, y que quería plantearle algunas dudas morales que tenía. Ante su insistencia, Jesús se dejó llevar a uno de los pubs cercanos, "The Slaughtered Lamb",  y con dos Guinness templadas pagadas por su interlocutor, se dirigieron hacia el fondo del local, donde no podían ser escuchados por los demás comensales.
- Ud. me dirá – dijo O´Prey dándole un sorbo a la negra cerveza – en qué puedo ayudarle.
- Padres, tengo que confesarle que no soy católico – comenzó el hombrecillo– pero tengo ciertos dilemas morales en los cuales quizás pueda aconsejarme. Mi nombre es Moreau. Doctor Moreau.
- No se preocupe, todos somos Hijos de Dios, y con mis limitaciones trataré de darle mi mejor consejo –  dijo el padre con benevolencia.  
- Ese ese asunto del Bien y del Mal – dijo el hombre dudando –… yo soy un hombre de ciencia, que cree en la evolución, no en la Biblia.
- Ya veo…
- Mi problema es que, por lo que entiendo, el concepto del Bien y el Mal solo existe entre humanos precisamente porque tenemos la inteligencia para comprenderlo – continuó aquel hombre, como si estuviera exponiendo una tesis - . Sin embargo, en la Naturaleza no tiene ningún valor ético: un lobo mata a su presa por comida, o simplemente por instinto, y no hay nada malo o bueno en ello.
- Pero un lobo es un animal sin alma.
- Yo creo que hay que buscar en el interior del cerebro los fundamentos que rigen nuestra moral, al contrario de lo que dicen algunos filósofos de que debe ser el razonamiento humano el único pilar sobre el que debe asentarse la misma – Moreau hizo una pausa antes de mirar directamente a los ojos al Padre - ¿Y si el lobo tuviera la inteligencia de un humano, tendría alma? ¿tendrían sus actos algún sentido ético?
O´Prey reflexionó por un momento antes de contestar; el pub cada vez se econtraba más lleno y, sin embargo, comenzaba a sentirse aislado de todo aquel bullicio, como si las lámparas de parafina que alumbraran tenuemente el local fueran perdiendo su intensidad poco a poco.
- Si eso pudiera pasar – dijo finalmente después de tomar otro trago  - tendría que aprender el concepto del Bien y el Mal, y aplicarlo, o sus actos de cacería podrían ser considerados asesinatos, tan simple como eso.
- Nada es tan simple –  repuso Moreau con una sonrisa que al padre le pareció siniestra.
Eso fue lo último que escucho O´Prey antes de perder la conciencia, y que todo se volviera un hueco negro y profundo por donde caía sin tocar fondo.

El sacerdote se despertó atado a una larga mesa de frio metal; sus piernas, sus brazos, e incluso su cuello se encontraban amarrados por tiras de cuero. Una luz, evidentemente eléctrica debido a su intensidad, brillaba sobre su cabeza, ayudándole a discernir que se encontraba en algún tipo de sótano, a juzgar por los ladrillos rojos y húmedos que distinguía distinguir en techo y muros. Un fuerte olor antiséptico acompañaba aquel escenario.
- Ah, ya veo que se ha despertado – una voz se dirigía a él desde la ocuridad –. Por un momento temí que me hubiera pasado de la dosis.
- ¿Dosis?...me ha drogado? – dijo O´Prey todavía confuso.
- Me temo que ha sido la única manera de traerlo aquí sin violencia; tuve que ponerle algo en su bebida – explicó la voz, avanzando desde la penumbra y revelando el rostro del hombrecito del pub.
- ¿Qué quiere de mí? – dijo O´Prey haciendo fuerza para liberarse de sus ataduras.
- Verá…. – comenzó Moreau, mientras se ponía una inmaculada bata blanca -  lo necesito para continuar con mis experimentos.
Al Padre se le heló la sangre al escuchar aquello; había oído antes de tratantes de cuerpos y de órganos, pero creía que solo robaban en tumbas y funerarias, no que usaban hombres vivos.
- No se preocupe – dijo el doctor viendo que O´Prey se alteraba – no pienso hacerle ninguna vivisección, sino algo que podríamos llamar ingeniería genética.
El hombrecito procedió a acercarse a una mesa donde había una serie de frascos con líquidos y una jeringa de bronceado metal, a la que procedió a insertarte una aguja hipodérmica.
- Se trata de la misma fórmula que utilicé anteriormente – dijo, como hablando para sí mismo mientras se colocaba unos complicados goggles, repletos de lentes de aumento que se movían gracias a diminutos engranajes - pero su efecto es distinto en según qué individuo – se detuvo observando el techo de ladrillos con aire reflexivo  - y bueno, está la incógnita de la Luna…
- ¿La luna? – fue todo lo que pudo balbucear el cada vez más aterrorizado sacerdote.
- Así es… Tal y como ha oído – el científico comenzó a llenar la jeringa con los fluidos provenientes de diversos frascos -. No entiendo muy bien por qué, quizá se deba a que nuestros cuerpos están compuestos en un 75% de agua y bueno, después de todo si la Luna tiene efecto sobre las mareas ¿por qué no puede tener efectos sobre nosotros? – una grotesca mueca brilló ante la fuerte luz incandescente -. Hay algo de cierto con eso de los lunáticos.
El padre volvió a tensarse con toda su fuerza tratando inútilmente de liberarse de aquella cama de metal, que apenas vibro con sus esfuerzos.
- Sea como sea – continuó Moreau, comprobando que tenía los centímetros cúbicos correctos  - el caso que le he escogido no sólo por ser físicamente apto, sino por toda esa verborrea que me lanzó en el pub sobre el bien y el mal. Voy a demostrarle que está equivocado.
- ¿Qué quiere decir?
- Que la inteligencia no es más que un mero proceso evolutivo, y que un animal sigue sus instintos sin consideraciones éticas – el hombre se acercó y comenzó a palpar una vena en su brazo derecho -. Mis estudios están abocados a entender las bases neurobiológicas de los fundamentos morales. Es decir, la base del alma está el cerebro y su grado de inteligencia.
- ¿Qué piensa hacerme?  - preguntó el sacerdote con un nudo en la garganta.
- A diferencia de mis anteriores “voluntarios” – dijo Moreau tomando la jeringa - que ignoraban lo que les estaba pasando, a usted le voy a decir la verdad: voy a convertirlo en un hombre lobo.
Ante la sorpresa de tal afirmación, O´Prey se relajó y apenas sintió el pinchazo de la aguja hipodérmica ni como le inyectaban el fluido.
- Está usted completamente loco – murmuró en shock.
- Al contrario, mi benevolente amigo – Moreu tomó un trapo y lo empapó con cloroformo - estoy muy adelantado a mi tiempo. Sea como sea, usted tendrá la oportunidad de demostrar cuánto valen sus consideraciones éticas cuando sea Luna llena. Ahora, lamento que tenga que volverlo a drogar, pero como comprenderá, no puedo dejar que sepa dónde están mis instalaciones médicas y vaya corriendo a Scotland Yard a decir lo que le ha pasado –entonces le aplicó el trapo a la boca y nariz del sacerdote.
Eso fue lo último que vió O´Prey antes de perder la conciencia.
***
El padre Jesus O´Prey despertó en un callejón no muy alejado de su hospicio la mañana siguiente; se levantó algo confundido y recordó el episodio con el doctor como si hubiera sido una pesadilla. No sabía qué debía hacer. Informar a la policía le parecía inútil en una ciudad con más crímenes que oficiales de la Ley. Decidió no decir nada a nadie; después de todo, lo que había dicho el hombre no se fundamentaba en nada, ¿convertirlo en un hombrelobo inyectándole una sustancia? Por lo poco que sabía de drogas, ni siquiera el opio inyectado podía transformar a un hombre en otra cosa que no fuera una piltrafa humana. El científico se había burlado de él y de su moralidad cristiana de una forma excesivamente cruel, pero eso no significaba que hubiera dicho la verdad.  Lo mejor era olvidar todo aquel extraño asunto y regresar a sus labores diarias.

Durante un par de semanas la vida transcurrió sin problemas, salvo un desagradable incidente con un polaco alcohólico que acostumbraba a darle palizas a su mujer e hijos, y que, cuando vino a buscarlos al hospicio, a media noche y gritando como un energúmeno, se encontró con un sacerdote iracundo lo echó de allí sin miramientos, alzándolo como un saco de patatas y arrojándolo a la calle ante la sorprendida mirada de Mary.
Se acercaba la Navidad y el padre estaba muy ocupado preparando una cena digna para los cientos de sin hogar que se encontrarían esa noche en la calle. Su tarea consistía en buscar donaciones y los proveedores más económicos o más cristianos para abastecer el hospicio, de manera que no se acordó de que la Luna llena saldría precisamente el lunes 21.
El lunes pasó casi todo el día en el hospicio, tomando el último tren en Picadilly Circus, como era su costumbre. La luna llena no era visible, escondida entre la neblina y el constante humo de las máquinas de vapor. Entonces, rumbo a la estación sintió un terrible dolor en el pecho, tan fuerte que tuvo que apoyarse en una de las esquinas. Era como si el corazón se le fuera a salir y la cabeza le fuera a explotar. Temiendo un ataque cardíaco miró a su alrededor buscando alguien que pudiera ayudarle, pero nadie vino en su auxilio. Cuando el dolor se hizo insoportable, se desplomó en la oscuridad del callejón, perdiendo la conciencia.

A la mañana siguiente amaneció tirado en el mismo callejón donde lo había dejado Moreau un mes antes, pero esta vez estaba prácticamente desnudo, con la ropa echa jirones y sin zapatos, cubierto de desperdicios y viejos papeles. Solo llevaba puesto el crucifijo. Se levantó sorprendido, preguntándose cómo había llegado hasta ahí y qué hacía en semejante condición. Recordó su dolor de pecho y llegó a la conclusión que después de desmayarse, algún desalmado le habría robado, abandonándolo a su suerte. Avergonzado por su apariencia, logro escabullirse hasta el hospicio sin ser visto.
A pesar del frío de la mañana no tenía escalofríos, pero decidió darse una ducha caliente para prevenir un resfriado; solo entonces se dio cuenta, mientras que se frotaba furiosamente con jabón, que el agua que bajaba hacia el desagüe estaba teñida de rojo sangre.
Se observó entonces las uñas, el pelo, el cuerpo: estaba recubierto en parte por una costra de sangre seca, que evidentemente no era suya, pues no estaba herido.
- Dios mío… – susurró para sí con temor - ¿qué me ha pasado?
No salió en todo el día de su pequeña oficina en el hospicio, y pasó mala noche, hasta que el miércoles a primera hora tuvo que salir al mercado con motivo de los últimos preparativos de la cena de Navidad. Para entonces, la noticia estaba en todos los periódicos.
- ¡Jack es destripado! – gritaba a todo pulmón el chaval que repartía los panfletos.
O´Prey le dio el penique sin decirle nada e inmediatamente vio los titulares.
- “Jack Squeers – el Rey del West End – es hallado muerto junto a dos de sus socios”
“El pasado día martes, los cuerpos sin vida, o más bien lo que quedaba de ellos, del tristemente conocido Jack “Pimp” Squeers y dos de sus empleados – todavía no identificados – fueron encontrados en el West End. Los cadáveres estaban desmembrados y parcialmente devorados en un estado tan lamentable que solo han podido ser reconocidos por sus anillos de oro. Scotland Yard baraja la posibilidad de una venganza entre distints bandas criminales”  
El artículo, firmado por Bernadett Birke, proseguía con un resumen pormenorizado de la historia criminal del hombre.
- No puede ser – murmuró el sacerdote, releyendo el artículo una y otra vez –. No es posible – y entonces, sintiendo la urgente necesidad de encontrar una iglesia y ponerse a rezar, partió calle abajo, como un poseso, atormentado por las dudas.
****
A mediados de Enero, cuando la gente comenzaba a recuperarse de las celebraciones del Año Nuevo y el caso de Jack Squeers se había olvidado, ocurrió otro horrible asesinato: esta vez fue un inmigrante polaco, Piotr Kowalski, alcohólico con una extensa historia de violencia familiar. Su cuerpo despedazado había sido encontrado entre la nieve justo enfrente a su casa en Whitechappel, y nadie había visto o escuchado nada, a pesar de la corpulencia del hombre. Scotland Yard se abstuvo de hacer comentarios, pero había rumores de que una bestia merodeaba libremente por parques y bosques y se produjo una intensa búsqueda, sin que llegara a hallarse nada.
A finales de Febrero, el padre O´Prey recibió la visita de James Usera-Brackpool. El inspector de Scotland Yard lo esperaba fuera de su parroquia al terminar su misa.
- Hola, Padre Jesús – lo saludó el detective.
- James…  que agradable verlo de nuevo – el sacerdote le extendió la mano.
- Me temo que mi presencia aquí no se trata de una visita como feligrés –el inspector no solía andarse con rodeos.
- Ya veo… - O´Prey no le rehuyó la mirada – pasemos dentro – dijo, invitándolo a pasar – la chimenea está encendida y podemos tomarnos una taza de té caliente.
James se sentó en la cocina de la pequeña y acogedora vivienda parroquial, mientras O´Prey preparaba la tetera y sacaba galletas caseras de una lata de Huntley & Palmers.
- ¿Leche y azúcar? – dijo el padre colocando las tazas.
- ¿Sabes que el último ataque del lunático fue cometido muy cerca de aquí? – comenzó preguntando el inspector – Hará como dos noches.
- Sí, muy lamentable. De hecho la Sra. Thompson era una de mis feligreses, una mujer piadosa. No tengo dudas de que fue el marido quien la envenenó… cosas de herencias al parecer, según se supo en el juicio.
- Aquel hombre escapo de la horca por un tecnicismo legal para caer bajo las garras de este… maniático. Lo encontraron con el estómago desgarrado y sin vísceras.
- Justicia poética – dijo el padre sirviendo el té.
- Los últimos tres ataques fueron cometidos por el mismo… individuo – continuó diciendo el inspector - y tienen las mismas características de la bestia que perseguimos y matamos la última vez que nos vimos, en la estación de Picadilly Circus, ¿recuerda?
- Cómo olvidarlo…
- A diferencia de los otros casos, este asesino tiene predilección por atacar criminales o gente de probada bajeza moral. Y todos esos crímenes tienen algo en común contigo. –James sorbió un poco el té.- Tú conocías a todas las víctimas, ¿hay algo que me quieras contar? – Mirando a su amigo a los ojos, añadió sombrío – yo no creo en casualidades.
El padre O´Prey no hizo ningún comentario. Se limitó a jugar con su taza, y acto seguido añadió.
- Yo estoy fuera de toda redención – sus ojos brillantes miraban al inspector con una intensidad animal–. Llevo en mí la marca de la Bestia. Ni siquiera puedo contemplar suicidarme. Un cristiano no puede suicidarse… – y entonces, cambiando de tema, preguntó - ¿Conoces a Lord Arkright?
- ¿El industrial? – dijo James algo perplejo - No personalmente, pero por supuesto he oído hablar de él, tiene fábricas de casi todo.
- Donde explota indiscriminadamente a niños – apuntó el padre - aprovechándose de la falta de legislación al respecto. Un hombre cruel que se enriquece a base de mano de obra barata e infantil, a la que somete a largas horas de trabajo. Mi hospicio está lleno de esos niños y de los que arroja a la calle cuando ya no le son útiles, enfermos para siempre a por trabajar en tales condiciones. He tenido varios altercados con Lord Arkright, e incluso he ido hasta sus lujosas oficinas en Regent Street… inútil… el hombre no tiene ninguna conciencia social.
- ¿Por qué me cuentas esto? – pregunto intrigado el inspector.
- Yo que tú, le ponía una trampa a ese monstruo - señaló con locuaz tristeza el padre - digamos el 19 de Marzo, que es precisamente cuando habrá luna llena, a mi juicio ese hombre de negocios está en riesgo.
Los dos amigos se quedaron un largo rato sin decir nada, terminando de compartir un civilizado té. Justo cuando James se iba, el padre le dijo:
- Otra cosa inspector.
- ¿Si? – dijo James, girándose hacia el sacerdote.
- Si quiere llegar a la raíz del asunto le recomendaría investigar también a un tal Dr. Moreau, seguro es conocido en los círculos científicos.
James se observó a su amigo con una mirada difícil de descifrar.

Richard Arkright III era lo que podía considerarse un verdadero empresario victoriano; nieto de un inventor de máquinas de vapor, había crecido en el núcleo de una familia de clase media hasta que su habilidad financiera y sus pocos escrúpulos lo habían convertido en el mayor proveedor de la Industria textil del Imperio, y por ende en uno de los hombres más ricos del mundo.
Hombre de organizada vida, salía de su oficina en Regent St. y caminaba hasta la estación de Picadilly Circus, donde a las once en punto de la noche tomaba su tren privado rumbo a su mansión en las afueras de Londres. El tren tenía solo un vagón, el suyo, un lujo extravagante con todas las comodidades inimaginables. Siempre llegaba 5 minutos antes de su salida, y se sentaba a leer el Financial Times. Fue así cómo escuchó lo que parecía un gruñido, proveniente del túnel que daba paso a los trenes.  
- ¿Hola? ¿hay alguien ahí? – dijo alzando la voz. Al poco volvió a escuchar el rugido, esta vez más cerca.
El industrial prestó más atención; definitivamente había algo en el túnel, pero no alcanzaba a distinguir nada más allá de sombras. Entonces escuchó el aullido de un lobo, un aullido intenso, que parecía contener todo el dolor del mundo, extendiéndose como un eco por toda la estación, y que le puso la carne de gallina.
No había absolutamente nadie más en el andén, así que sin pensarlo dos veces, se levantó nervioso y abandonó el sitio. Mientras regresaba por donde había llegado, pensando en informar sobre aquel extraño incidente a la policía, escuchó algo avanzando detrás de él, y se dio cuenta con temor de que aquel animal lo estaba siguiendo como si le estuviera dando caza. Escuchaba sus jadeos y gruñidos. Echó a correr, cada vez más aterrorizado, por aquellos laberínticos pasillos, subiendo primero un nivel, después otro, hasta quedar sin respiración y desplomarse en las escaleras mecánicas que daban a la salida, que continuaron moviéndose hacia arriba con el rítmico tac,tac,tac, de su oculto motor a vapor.
- ¡Dios santo! – susurró al ver a la bestia que se le acercaba.
Era enorme y peluda, y cuando se irguió en dos patas y comenzó a subir lentamente las escaleras, mostró unas garras de largos dedos, remotamente humanos y un rostro feroz, de afilados colmillos, por donde se le deslizaban la baba como un lobo rabioso.
El industrial paso del terror al horror más absoluto, que lo paralizó hasta el punto de no impedirle gritar. Distinguió los ojos amarillos de aquel monstruo, inyectados de sangre, y sintió el olor de su saliva. Cuando ya se disponía a entregar su alma al Altísimo, escuchó claramente los disparo de un arma. Sorprendentemente, un soldado le disparaba con un revolver a la bestia desde arriba de las escaleras mientras otro lo tomaba y lo llevaba a un lado, protegiéndole.
El hombrelobo recibió los balazos con entereza, aullando de dolor, pero no cesó de perseguir a su presa a pesar de las heridas, que sulfuraban como si las balas de plata fueran ácido, y salió enceguecido por el odio a la luz eléctrica de la plaza, donde el resto del equipo, usando su rifle, siguieron disparándole sin darle tregua.
Un hombre vestido con un traje gris plomo y llevando un bowler alzó la mano indicando que se detuvieran los disparos, y se acercó lentamente a la bestia, en medio del aire enrarecido por el humo de la pólvora. Llevaba una escopeta enorme, de cuatro cañones, que descargó casi a quemarropa, dándole en el pecho y la cabeza. El hombre lobo recibió el impacto con furia, alzó sus garras en un último arranque y entonces cayó de espaldas, en medio de un charco de su propia sangre.
Antes de que el lanzallamas hiciera su trabajo final, James Usera-Brackpool se arrodilló ante el cuerpo y tomó el crucifico celta de su pecho, que parecía arder como un hierro al rojo vivo; en un último desafiante gesto la bestia todavía tuvo fuerzas de tomarlo por la nuca y mirarlo con sus profundos ojos amarillos.
- Déjeme morir – escuchó claramente el inspector – déjeme… morirrrr – y entonces lo soltó y expiró con una última bocanada de aire caliente.
Sobre la plaza brillaba una luna llena fría y azul mientas la estatua de Eros, testigo mudo de la escena, parecía llorar.


Prey´s Moon es mi contribución a la Antología RETROFUTURISMOS editada por

Marian Womack  y Nevsky Prospects -