La última Conferencia Mundial de Ciencia ficción Loncon3, la
72, que se celebró en Londres entre el 14 y el 18 de Agosto, y donde se escogió
el prestigioso premio Hugo (ganado por Ancillary
Justice escrita por Ann Leckie) ha sido para mí el evento del verano, sino
del año. Junto al nominado al Premio Ignotus este año, el artista Carlos
Argiles, por la portada de mi novela El Dirigible, expusimos durante cuatro
intensos días, dibujos originales hechos a lápiz basados en mis personajes. Fue
una prueba de fuego porque estábamos al lado de renombrados artistas
internacionales y porque no sabíamos que esperar, a pesar de la indudable
calidad de los dibujos; quizás lo mejor de la misma fue el hecho de levantar el
interés de la directora de Arte de Tor.com, Irene Gallo, y su inseparable
artista amigo Greg Manchess. Breves
pero concisos fueron sus concejos y han dejado la puerta abierta al mercado
internacional.
Después vinieron mis intervenciones como panelista,
primero en el fórum sobre Ciencia Ficción en Latinoamérica y el Caribe y
después en Beyond Steampunk, hablando del crecimiento del subgénero fuera de la
estética victoriana y del idioma inglés. Más informal que académico, fui gratamente
sorprendido en ambas ocasiones por el cálido ambiente de un público que no me
conocía para nada y de unos compañeros de los que yo tampoco sabía nada. Me encontré
dando autógrafos a chicos rusos, con viejos conocidos del grupo de la USB, UBIK, hablando con alemanes, compartiendo ideas con
franceses y japoneses. Especial recuerdo tengo del nuevo amigo brasileño Fabio
Fernandes, con el que terminé compartiendo una cena italiana en el Carluccio's que está justo antes de
entrar a la seguridad en el aeropuerto de Heathrow, a falta de tiempo en la
conferencia pero con muchas cosas de las que hablar.
Toda la experiencia al final se consolidó con una sola
palabra: amistad.
El trabajo realizado, el talento, los contactos, nada
hubiera sido lo mismo sin los fraternales lazos de la amistad. Yo no conocía personalmente
a Carlos, y él apenas había estado brevemente en Londres una vez, pero después
de este evento, seremos amigos y no solo colegas el resto de nuestras vidas, whatever happended.
Compartimos no solo llevar los cuadros de un extremo a
otro de Londres, o lidiar con electricistas de Kansas, batallar con los trekkies
que administraban los pases o conversar con los incontables curiosos de los
dibujos (by the way, what the heck is steampunk?); hicimos mucho más, como
bebernos unas pintas en un viejo burdel victoriano (ahora un conocido hotel),
sumergirnos en aguas termales a las orillas del Támesis, o tomar el último
barco para cruzar la ciudad por el rio. Fumamos puros a medianoche bebiendo
tequila, compartimos hamburguesas MiamiVice style en Byron, pollo en Nandos, nos hartamos de carne en vara brasileña
y mandioca frita en Rodizio Preto, desayunamos huevos rancheros y arepas y cenamos verdadera comida china de
Chinatown.
Queda anotar que apenas dormimos; para cuando me tocó
dar mi última charla el lunes, estaba en un estado de vigilia parecido al de
los adictos a la coca o al éxtasis después de una semana de rumba y Carlos era
literalmente un zombie. Una semana después todavía sigo recuperándome a base de
té y galletas digestivas.
El punto es que como en todas las cosas importantes en
la vida, la literatura y el arte están ahí muchas veces no solo para
mantenernos el espíritu sino para mantener la fraternidad.
“We
few, we happy few, we band of brothers” dice
Shakespeare en Henry V, y como siempre, tenía razón.
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