Nunca
he sido un animal político, de hecho detesto la política en todos sus ámbitos,
pero estas pasadas elecciones en Venezuela me han traído memorias del pasado y
recuerdos del futuro. Nací y crecí en Caracas, viviendo prácticamente todo el
proceso democrático que ha tenido el país, mis padres eran inmigrantes
españoles y mi madre estaba colgando ropa cuando una bala la rozo, justo el día
del levantamiento contra el general Pérez
Jiménez, en 1958. Crecí en
los felices años 60s, en medio de la playa y el Ávila, donde Venezuela era el
progreso y la paz, siendo uno de los pocos países de Latinoamérica donde no
mandaba una cachucha militar. Mi padre
murió ahí, en el verano del 77, y por una de esas casualidades, lo enterramos a
pocos metros de la tumba de Raúl Leoni, en el Cementerio del Este. Esa
circunstancia me hizo adquirir una particular conciencia histórica de lo que es
el país, pues la tumba del ex-presidente estaba descuidada, como si no lo
hubieran dado mantenimiento por años. No podía imaginar como habían olvidado
tan rápidamente al que ha sido sin lugar a dudas uno de los grandes mandatarios
del país, así que, cuando llevaba flores a mi padre, de Domingo en Domingo,
siempre dejaba algunas en su tumba.
Los
años pasaron y llegaron los sinsabores de corrupción de Carlos Andrés Pérez,
los desatinos de Herrera Campins y las dudosas apariciones de Lusinchi. Los
problemas sociales ya eran endémicos: yo fui uno de los voluntarios del censo
de 1981 y me toco subir a los cerros de El Limón y de el barrio San Agustín del
Norte, donde por primera vez vi no solo la pobreza si no la verdadera mísera,
rodeada irónicamente de electrodomésticos y antenas de TV, y donde después de
las 6 pm ya no se puede ni bajar ni subir, y sus habitantes viven bajo una
violencia impensable para la clase media. Las instituciones del país nunca
funcionaron; ni el SSO, ni los sopotocientos ministerios, y el manejo de
influencias siempre fue rampante. En Venezuela el que no era vivo era pendejo.
Me
fui hace casi 20 años, y la última vez que vote en el país, fue en el 93 por
Caldera, pensando que era el único candidato con cierto poder de criterio. Lo
que el hizo, al darle el perdón a un Chávez comandante, fue abrir la Caja de
Pandora. Y desde entonces el país esta como está, y no me extraña que un hombre
como él, gane por tercera vez seguida. Su camino fue abierto antes de su época,
por procesos históricos irreversibles, que están fuera de las manos de la
mayoría. Ayer, viendo la multitud emocionada de gente joven votando en el
Consulado de Londres, y cuyo partidismo era obvio, me preguntaba cuantos de
ellos se daban cuanta realmente de lo que estaba pasando, y de que los 100 mil
expatriados venezolanos que hay por aquí y allá, no iban a ser ninguna
diferencia en contra la masa de pueblo que todavía viven en los barrios,
esperando que este presidente sea su
mesías.
Pero
esta vez, el reelecto Presidente deberá meditar en un proverbio atribuido a
Abraham Lincoln que dice ""Puedes
engañar a todo el mundo algún tiempo. Puedes engañar a algunos todo el tiempo.
Pero no puedes engañar a todo el mundo todo el tiempo."
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