Prey´s
Moon
Joseph M. Remesar
"Even
a man who is pure in heart
And
says his prayers at night
May
become a wolf when the wolf-bane blooms
And
the autumn moon is bright.”
Curt
Siodmak
Londres, Octubre 1885
Después de terminar con la correspondencia, el padre Jesús
O’Prey salió
de la pequeña habitación que usaba como oficina e inspeccionó por última vez los
dormitorios, ahora en silencio. A la tenue luz de su candil contempló las
literas llenas de gente sin hogar, de niños abandonados y explotados en las fábricas,
de mujeres de vida fácil, los alcohólicos y los perdidos entre las brumas del
opio. Al menos por una noche aquellas almas perdidas en la gran metrópoli
tendrían un techo en el que protegerse.
- Mary – se dirigió a la voluntaria, al tiempo que
comprobaba en su reloj que eran las 11 de la noche – es todo por hoy. Por favor,
cierra hasta mi regreso mañana por la mañana.
- Muy bien, Padre – respondió la muchacha–. No se
preocupe, para cuando llegue ya habremos servido las gachas del desayuno.
El sacerdote la benijo con la señal de la cruz, y se
enfundó en el abrigo y la gorra, consciente de que, si no fuera por las docenas
de voluntarios como ella, sería imposible mantener en marcha el hospicio, y tal
vez su labor como párroco en Richmond.
- Gracias Mary – se despidió – hasta mañana –. El
padre Josehp salió a luchar con la ventisca, y con la suave lluvia que caía en
esos momentos.
Volvió a comprobar en su reloj de pulsera para estar
seguro de que tenía tiempo suficiente de llegar al último tren que salía de
Picadilly Circus a las doce en punto. No había llegado al final de la calle cuando
observó que tres hombres lo seguían. Antes de alcanzarar la entrada de la
estación se giró para encararse con ellos.
- Caballeros, me temo que no llevo nada de valor en mi
persona –les informó con su más marcado acento irlandés.—A no ser que quieran
llevarse este viejo crucifijo celta que me regalo mi madre el día en que me
ordenaron sacerdote –dijo mostrando la estilizada forma de plata.
- No se preocupe padre –empezó a decir uno de los hombres,
encendiendo un cigarro que iluminó brevemente su rostro– no es su miserable
crucifijo lo que queremos.
El padre Jesús O’Prey
reconoció aquel rostro, curtido con mil cicatrices debajo de un sombrero que
alguna vez había sido digno. Se trataba de Jack Squeers, un proxeneta conocido en el West End y con el que había
tenido más de un enfrentamiento en el pasado.
- ¿Sabe? – comenzó, al tiempo que hacía una señal a
los otros dos maleanted para que sujetaran al padre.– No es bueno para el
negocio que proteja a mis chicas en su… establecimiento.
- Esas pobres mujeres solo buscan una vida mejor –protestó
el padre, poniendo toda la resistencia de la que era capaz–, y algunas de ellas
son solo niñas.
- Cuestión de criterios – respondió el hombre,
ajustándose los guantes – y creo que vamos a tener que negociar la situación –
y, diciendo esto, le lanzó un puñetazo directo al estómago.
Jesús O’Prey no siempre había sido un humilde párroco católico. Cuando
joven, allá en su bella Irlanda, había sido un pugilista amateur consumado, así
que recibió el golpe con gracia, expirando el aire y endureciendo los abdominales.
- ¡Vaya! – exclamó el delincuente sorprendido - ¿un tío
duro eh? – y procedió a tomar impulso para darle en el rostro.
En ese preciso momento sonaron los silbatos, no una ni
dos, sino varias veces; silbatos de la policía. Jack volteó para ver las luces
a su espalda y entre la niebla, los altos cascos de los bobbies.
- Creo que tendremos que dejar esta… conversación para
otro momento – dijo, al tiempo que se escabullía con sus esbirros por uno de
los callejones laterales.
El padre respiró aliviado, llevándose la mano al estómago,
asegurándose que no tenía nada roto. Se dirigió hacia las luces con toda la
entereza que logró reunir. Varios bobbies se aseguraban de que la muchedumbre
no colapsara la entrada a la estación, que se hallaba algo más concurrida de lo
que era habitual a esa hora de la noche. El sacerdote sonrió, pensando en cuán misteriosos
era los designios de Dios; los silbatos no habían tenido nada que ver con él
sino con algo más grave que había ocurrido en las inmediaciones.
La estación era totalmente subterránea, escondiendo en
sus entrañas un conglomerado que ahora tenía tres niveles bajo la plaza, llamada
por el populacho simplemente como la
Plaza de Eros y hasta donde llegaban los vagones neumáticos de varias líneas
del metro, y dos trenes de vapor de cercanías. Tratando de mejorar la zona,
rodeada por los fumaderos de opio del Soho y los insalubres callejones del West
End pero cerca de la prestigiosa Oxford Street, la alcaldía la había provisto
de novedosos faroles eléctricos, y parecía un oasis de luz en medio de un
desierto de penumbras.
Había dejado de llover pero los adoquines seguían mojados
y llenos de reflejos. O´Prey se asomó como los demás sobre la barrera que había
levantado la policía alrededor y observó que había un cuerpo tirado más allá,
rodeado de oficiales de Scotland Yard. De inmediato sospechó que había ocurrido
un asesinato. En la distancia reconoció a uno de ellos: era el inspector James
Usera-Brackpool.
-Inspector, ¡inspector James! – gritó tratando de
llamar la atención del policía sin lograrlo.
- Por favor retírense – dijo el bobby más cercano a él
moviendo su bastón. – Esto es un asunto oficial; no hay nada aquí que les
interese.
- Soy el Padre Jesús O’Prey
– se identificó mostrando su estola –. Hijo, ¿puedes llamar al Inspector que
está a cargo? – pueden que necesiten de mis servicios…
El bobby dudó al verlo; era un chico joven,
respetuosos de la religión, así que se acercó hasta James y le susurró algo en
el oído. El inspector esforzó la vista para reconocer a O’Prey y entonces hizo una seña para que lo dejaran pasar.
- Padre O’Prey,
tanto tiempo sin vernos…
– le saludo James con un toque de su sombrero bowler. Iba
tan elegantemente vestido como siempre, con un traje gris plomo y una singular
corbata de lazo amarilla.
- ¿Qué ha pasado aquí? – preguntó O´Prey sin
preámbulos, observando la tela que cubría el cuerpo, empapada de sangre - ¿Hay
algo que pueda hacer por la victima?
- Me temo que no – contestó James escuetamente –. Esta
alma está fuera de toda redención.
- Nadie está libre del perdón de Dios, hijo.
- Padre… permítame que le advierta que lo que está
debajo de esa manta, hace mucho que dejó de comportarse como un ser humano –
dijo el policía, mirándolo directamente a los ojos al decir esto.
- No se le puede negar la absolución a nadie, pecador
o no – dijo el padre resuelto, sacando su estola violeta y un pequeño frasco con
agua bendita de su bolsillo.
James Usera-Brackpool intercambió una mirada con el
otro inspector al cargo, que movió la cabeza de lado a lado dando a entender
que aquello no le parecía buena idea. Pero entonces vio la mirada resuelta del
sacerdote y el cuerpo ensangrentado sobre la calzada, e hizo un gesto al bobby
que lo custodiaba para que levantará un poco la tela.
El padre Jesús O’Prey
se arrodilló para darle el último sacramento a aquel hombre, y se quedó helado,
paralizado del asombro, sin habla: debajo de la tela se ocultaba la cabeza de
lo que parecía un enorme lobo, con sus fauces abiertas mostrando unos colmillos
afilados y ensangrentados, y una gran lengua por fuera.
- Le advertí que no era una escena agradable – comentó
James a su lado – no sabemos que es, pero le puedo asegurar que ha matado a no
menos de una docena de almas inocentes.
- Dios bendito – exclamó el sacerdote.
- Hoy hemos tenido suerte – dijo el otro inspector
acercándose, y observando con disgusto el cuerpo – no se detuvo ante ninguna
orden y hemos tenido que abatirlo a tiros.
El padre tuvo el valor de retirar casi completamente
la manta y esto es lo que vio: se trataba de una bestia de tamaño descomunal,
de unos siete pies de altura, el cuerpo completamente peludo, piernas y brazos
como los de un hombre y manos de anchos dedos terminados en largas uñas, más
parecidas a las de un oso que a las de un canino. Las heridas de bala, la
mayoría en el pecho, humeaban de una manera extraña.
- Balas de plata – dijo el otro inspector y enseguida
se arrepintió de haberlo dicho.
James apretó ligeramente el hombro del padre, diciéndole:
- Haga lo que tenga que hacer, padre.
El sacerdote procedió entonces a administrar el último
ritual, ungió la frente de aquella criatura con aceites santificados y comenzó
a recitar la oración de la Unción de los Enfermos. Se acercó a aquel rostro
terrible, irracional, que no podía existir y entonces vio moverse los ojos
amarillos y sintió la enorme garra tomándolo por la levita y acercarlo con
fuerza a sus fauces, hediondas como una cloaca.
- Déjeme morir – escuchó claramente – déjeme… morirrrr
– y la bestia lo soltó y expiró con una última bocanada de aire caliente.
O´Prey se levantó en sobresalto, tratando de gritar, y
miró hacía los inspectores, hacia los bobbies, al populacho que todavía se
arremolinaba a lo lejos, como esperando que alguien hubiera visto ese
movimiento. Turbado, se dirigió hacia el inspector James.
- ¿Vio usted eso? – dijo temblándole la voz - ¿lo vio? esa criatura me hablo…
El inspector iba a contestarle cuando la llegada de un
carruaje Hackney, de los utilizan un motor de vapor para moverse, los
interrumpió. Un par de hombres se bajaron del mismo. Parecían soldados por los
uniformes grises plomo, las botas de cuero altas y de gruesa suela y los
ajustados guantes de combate. Uno de ellos, el más grande, llevaba un par de
largas bombonas a la espalda que se conectaban por tubos de goma a un curioso
mecanismo, una especie de soplete de construcción pero con un par de gatillos.
- Lo siento padre – dijo el más fornido de los
individuos, dirigiéndose hacia donde estaba el cuerpo - mis órdenes son incinerar al sujeto en el sitio.
- ¿Pero qué dice? – exclamó O´Prey perplejo -
Inspector… ¡le digo que esa criatura todavía está viva!
James lo alejó de la escena, tomándolo por un brazo.
El soldado se ajustó entonces una larga máscara de goma negra de ovalados ojos
de vidrio y voluminosos respiradores.
- Con más razón – gritó el hombre y encendió la mecha del
soplete – ¡apártese todos! – y entonces arrojó una poderosa llama azul sobre el
cuerpo, que inmediatamente se tornó rojo y amarillo al prenderse.
La criatura ni siquiera se revolcó como esperaba el
padre; se limitó a permanecer tan inerte como una estatua de piedra, inamovible
al chirriar de pelos y carne ardiendo y al olor nauseabundo e intenso. El
soldado todavía repaso varias veces el lanzallamas hasta que solo quedo un montón
de cenizas y una gran mancha negra en el pavimento. El padre O´Prey no pudo
evitar voltearse y vomitar ante la dantesca escena.
Minutos después, el Hackney desaparecía calle abajo junto
con los soldados, los restos eran barridos por un equipo de limpieza y la
policía levantaba la barrera abriendo otra vez el acceso a la estación,
volviendo todo a la rutina. La estatua de Eros, testigo mudo de la escena,
parecía sonreír. El padre O´Prey yacía acuclillado en una esquina tratando de
recuperarse del shock.
- Venga – le dijo James – le invito a un trago.
El sacerdote lo miró, la confusión aun presente en sus
ojos, y asintió.
James Usera-Brackpool tenía algo en común con Jesús
O´Prey: sus raíces irlandesas. De madre irlandesa y padre español, había nacido
en Dublín aunque se había educado en Oxford después de la muerte de su padre en
Argentina. Había conocido al sacerdote hacía unos años y desde entonces se
veían de vez en cuando. Fueron a unos de los pubs clandestinos que todavía se
mantienen abiertos a pesar de las órdenes del Rey y que tanto criminales como
oficiales de la Ley conocen y comparten en complicidad.
- Hay cosas sobre esta tierra de las cuales nadie
tiene respuesta – dijo James acercándose a la barra y pidiendo dos whiskies – le
voy a contar una historia – dijo bajando la voz, sabiendo que podía confiar en
la discreción del padre - Hace unos meses que perseguimos a esta… bestia, o
como la quiera llamar.
El tabernero dispuso dos vasos y los llenó delante de
ellos. James, al ver que el sacerdote se zampaba el suyo de un trago, pagó por
la botella de Jameson, y fueron a sentarse al fondo.
- ¡Sláinte! – brindaron en
gaélico.
- El primer caso ocurrió hace un poco más de un año – comenzó
el inspector-. Alguien dio aviso de la presencia de un animal en la estación de
trenes de Waterloo, algo enorme, como un lobo pero que se erguía sobre dos
patas – se interrumpió para dar un trago - cuando los del escuadrón de animales
llegaron, el animal o le que hubiera sido, había escapado apresurado y
confundido por una de las vías, y terminó por ser arroyado por una locomotora.
O´Prey pareció recuperar el brillo de sus ojos a
medida que el licor calentaba su garganta. Sin decir nada, dejó que el
inspector continuara su narración.
- El segundo caso, y la primera vez que estuve
involucrado, ocurrió en los alrededores de la estación de metro de Covent
Garden – James jugueteó con su vaso -. Otra vez alguien informó de la presencia
de un animal enorme, como un oso, que había matado a todos los animales de una
granja – James ladeó la cara en una mueca
-. Semanas después lo vieron rondando una noche el ganado y entonces los
locales contrataron a un famoso cazador africano – la luz de las velas del
local tintineaban, dándole un tono tétrico a cada palabra del relato -. Dos días después el mercenario lo abatió de
seis tiros antes de que llegáramos, calibre .50, con una doble escopeta para
cazar elefantes –hizo una larga pausa y bebió otro trago -. La bestia en
cuestión, y yo la vi con mis propios ojos, era prácticamente igual a la que
usted vio esta noche, con diferencias en el color del pelo – James chasqueó la
lengua y pareció ver al techo -. Fue diseccionada y sus órganos estudiados. Los
órganos, hasta donde el patólogo y un médico calificado concluyeron, eran
completamente humanos, aunque la musculatura de la criatura se encontraba
extremadamente desarrollada. El ejemplar disecado se encuentra en los fondos
del Museo Nacional de Historia Natural.
- Lo que me dice parece un mal cuento de horror – ronroneó
entonces O´Prey recuperando la voz.
- Scotland Yard decidió entonces crear una unidad
especial para lidiar con estos casos… digamos inexplicables – continuó James -. Los hombres que vio son parte de ese
equipo, la mayoría exmilitares – le sirvió otro whiskey al sacerdote -. También nos concedieron acceso a armas e
utensilios algo ortodoxos, no precisamente el equipo estándar de la policía
metropolitana.
- Jamás había visto nada como eso… ¿un arma lanza
fuego? – comentó el hombre recordando con temblores el momento.
- El individuo de esta noche – dijo James señalando
hacía afuera - ha sido hasta ahora el más peligroso: atacó a una pareja cerca
de Hyde Park hará como tres meses, matando al hombre e hiriendo gravemente a la
mujer. Poco tiempo después, sorprendió a un grupo de estudiantes que salían de
una celebración en un pub: de los seis chicos solo uno sobrevivió y perdió una
pierna.
-¡Qué horror! – exclamo en voz baja O´Prey –
- Hará como un mes volvió a atacar – James sacó un
puro y lo encendió - esta vez a un oficial armado en Trafalgar Sq. Solo sabemos
que el pobre hombre descargo su revolver de reglamento… jamás recuperamos su
cabeza.
El padre no dijo nada, llevándose la mano al mentón y
observando como las bocanadas del humo del puro se mezclaban con el aire
enrarecido del lugar. Olía bien aquel habano.
- Por líneas de investigación poco ortodoxas – continuó
James– llegamos a ciertas conclusiones: el equipo comenzó a utilizar balas de
plata y revisamos todas las fechas hasta que… – James levantó el dedo índice - notamos
cierto patrón, las criaturas tenían tendencia a salir a cazar en noches de luna
llena, así que lo esperamos, patrullamos
las principales estaciones y tuvimos suerte.
Los dos hombres se quedaron un largo minuto en
silencio, escuchando la algarabía del resto de los comensales que seguían
entrando y saliendo del local como si aquella noche no fuera a terminar nunca. James
tiró lo que le quedaba del cigarro, se levantó y se colocó su sombrero con la
elegancia que lo caracterizaba; observó que todavía quedaba media botella de
whiskey pero decidió que al padre le hacía más falta que a él.
-Hasta la próxima padre – se despidió con cortesía.
- Que Dios le bendiga – alcanzó a murmurar el
sacerdote antes de que el inspector saliera.
Ninguno de los dos se percató en ningún momento de que
otro hombre los había seguido desde la plaza, y había escuchado su
conversación. Era un hombre pequeño, de apariencia insignificante, con lentes
de montura de plata y una mata de pelo blanco debajo de su grasienta gorra,
pero con una mirada siniestra, de locura y muerte. A espaldas del padre, lo acompañó
en sepulcral silencio hasta que este termino con la botella y salió tambaleante
a enfrentar lo que quedaba de la noche, alumbrada por una luna llena todavía
desafiante.
****
Las semanas siguientes transcurrieron con la habitual
rutina del padre O´Prey; entre su parroquia y el hospicio apenas tenía tiempo
de preocuparse de nada más. La capital del Imperio era un mundo de fuertes
contrastes, entre los privilegiados inmensamente ricos y la masa de
trabajadores y pobres existía una fisura que el párroco trataba de cerrar,
ayudando a tantos como podía.
Justo un mes después, una tarde que había salido
temprano del hospicio para realizar la compra de avena y harina, lo abordó en
plena calle un hombrecito curioso, bien vestido, de unos cincuenta años pero el
pelo ya completamente blanco, y que quería plantearle algunas dudas morales que
tenía. Ante su insistencia, Jesús se dejó llevar a uno de los pubs cercanos,
"The Slaughtered Lamb", y con
dos Guinness templadas pagadas por su interlocutor, se dirigieron hacia el
fondo del local, donde no podían ser escuchados por los demás comensales.
- Ud. me dirá – dijo O´Prey dándole un sorbo a la
negra cerveza – en qué puedo ayudarle.
- Padres, tengo que confesarle que no soy católico –
comenzó el hombrecillo– pero tengo ciertos dilemas morales en los cuales quizás
pueda aconsejarme. Mi nombre es Moreau. Doctor Moreau.
- No se preocupe, todos somos Hijos de Dios, y con mis
limitaciones trataré de darle mi mejor consejo – dijo el padre con benevolencia.
- Ese ese asunto del Bien y del Mal – dijo el hombre
dudando –… yo soy un hombre de ciencia, que cree en la evolución, no en la
Biblia.
- Ya veo…
- Mi problema es que, por lo que entiendo, el concepto
del Bien y el Mal solo existe entre humanos precisamente porque tenemos la
inteligencia para comprenderlo – continuó aquel hombre, como si estuviera
exponiendo una tesis - . Sin embargo, en la Naturaleza no tiene ningún valor
ético: un lobo mata a su presa por comida, o simplemente por instinto, y no hay
nada malo o bueno en ello.
- Pero un lobo es un animal sin alma.
- Yo creo que hay que buscar en el interior del
cerebro los fundamentos que rigen nuestra moral, al contrario de lo que dicen
algunos filósofos de que debe ser el razonamiento
humano el único pilar sobre el que debe asentarse la misma – Moreau hizo
una pausa antes de mirar directamente a los ojos al Padre - ¿Y si el lobo
tuviera la inteligencia de un humano, tendría alma? ¿tendrían sus actos algún
sentido ético?
O´Prey reflexionó por un momento antes de contestar;
el pub cada vez se econtraba más lleno y, sin embargo, comenzaba a sentirse
aislado de todo aquel bullicio, como si las lámparas de parafina que alumbraran
tenuemente el local fueran perdiendo su intensidad poco a poco.
- Si eso pudiera pasar – dijo finalmente después de
tomar otro trago - tendría que aprender
el concepto del Bien y el Mal, y aplicarlo, o sus actos de cacería podrían ser
considerados asesinatos, tan simple como eso.
- Nada es tan simple –
repuso Moreau con una sonrisa que al padre le pareció siniestra.
Eso fue lo último que escucho O´Prey antes de perder la
conciencia, y que todo se volviera un hueco negro y profundo por donde caía sin
tocar fondo.
El sacerdote se despertó atado a una larga mesa de
frio metal; sus piernas, sus brazos, e incluso su cuello se encontraban amarrados
por tiras de cuero. Una luz, evidentemente eléctrica debido a su intensidad, brillaba
sobre su cabeza, ayudándole a discernir que se encontraba en algún tipo de
sótano, a juzgar por los ladrillos rojos y húmedos que distinguía distinguir en
techo y muros. Un fuerte olor antiséptico acompañaba aquel escenario.
- Ah, ya veo que se ha despertado – una voz se dirigía
a él desde la ocuridad –. Por un momento temí que me hubiera pasado de la dosis.
- ¿Dosis?...me ha drogado? – dijo O´Prey todavía
confuso.
- Me temo que ha sido la única manera de traerlo aquí
sin violencia; tuve que ponerle algo en su bebida – explicó la voz, avanzando
desde la penumbra y revelando el rostro del hombrecito del pub.
- ¿Qué quiere de mí? – dijo O´Prey haciendo fuerza
para liberarse de sus ataduras.
- Verá…. – comenzó Moreau, mientras se ponía una
inmaculada bata blanca - lo necesito
para continuar con mis experimentos.
Al Padre se le heló la sangre al escuchar aquello;
había oído antes de tratantes de cuerpos y de órganos, pero creía que solo robaban
en tumbas y funerarias, no que usaban hombres vivos.
- No se preocupe – dijo el doctor viendo que O´Prey se
alteraba – no pienso hacerle ninguna vivisección,
sino algo que podríamos llamar ingeniería genética.
El hombrecito procedió a acercarse a una mesa donde
había una serie de frascos con líquidos y una jeringa de bronceado metal, a la
que procedió a insertarte una aguja hipodérmica.
- Se trata de la misma fórmula que utilicé
anteriormente – dijo, como hablando para sí mismo mientras se colocaba unos
complicados goggles, repletos de lentes de aumento que se movían gracias a
diminutos engranajes - pero su efecto es distinto en según qué individuo – se
detuvo observando el techo de ladrillos con aire reflexivo - y bueno, está la incógnita de la Luna…
- ¿La luna? – fue todo lo que pudo balbucear el cada
vez más aterrorizado sacerdote.
- Así es… Tal y como ha oído – el científico comenzó a
llenar la jeringa con los fluidos provenientes de diversos frascos -. No
entiendo muy bien por qué, quizá se deba a que nuestros cuerpos están compuestos
en un 75% de agua y bueno, después de todo si la Luna tiene efecto sobre las
mareas ¿por qué no puede tener efectos sobre nosotros? – una grotesca mueca
brilló ante la fuerte luz incandescente -. Hay algo de cierto con eso de los
lunáticos.
El padre volvió a tensarse con toda su fuerza tratando
inútilmente de liberarse de aquella cama de metal, que apenas vibro con sus
esfuerzos.
- Sea como sea – continuó Moreau, comprobando que
tenía los centímetros cúbicos correctos
- el caso que le he escogido no sólo por ser físicamente apto, sino por
toda esa verborrea que me lanzó en el pub sobre el bien y el mal. Voy a
demostrarle que está equivocado.
- ¿Qué quiere decir?
- Que la inteligencia no es más que un mero proceso
evolutivo, y que un animal sigue sus instintos sin consideraciones éticas – el
hombre se acercó y comenzó a palpar una vena en su brazo derecho -. Mis
estudios están abocados a entender las bases
neurobiológicas de los fundamentos morales. Es decir, la base del alma está el
cerebro y su grado de inteligencia.
- ¿Qué piensa hacerme?
- preguntó el sacerdote con un nudo en la garganta.
- A diferencia de mis anteriores “voluntarios” – dijo
Moreau tomando la jeringa - que ignoraban lo que les estaba pasando, a usted le
voy a decir la verdad: voy a convertirlo en un hombre lobo.
Ante la sorpresa de tal afirmación, O´Prey se relajó y
apenas sintió el pinchazo de la aguja hipodérmica ni como le inyectaban el
fluido.
- Está usted completamente loco – murmuró en shock.
- Al contrario, mi benevolente amigo – Moreu tomó un
trapo y lo empapó con cloroformo - estoy muy adelantado a mi tiempo. Sea como
sea, usted tendrá la oportunidad de demostrar cuánto valen sus consideraciones éticas
cuando sea Luna llena. Ahora, lamento que tenga que volverlo a drogar, pero
como comprenderá, no puedo dejar que sepa dónde están mis instalaciones médicas
y vaya corriendo a Scotland Yard a decir lo que le ha pasado –entonces le
aplicó el trapo a la boca y nariz del sacerdote.
Eso fue lo último que vió O´Prey antes de perder la
conciencia.
***
El padre Jesus O´Prey despertó en un callejón no muy alejado
de su hospicio la mañana siguiente; se levantó algo confundido y recordó el
episodio con el doctor como si hubiera sido una pesadilla. No sabía qué debía
hacer. Informar a la policía le parecía inútil en una ciudad con más crímenes
que oficiales de la Ley. Decidió no decir nada a nadie; después de todo, lo que
había dicho el hombre no se fundamentaba en nada, ¿convertirlo en un hombrelobo
inyectándole una sustancia? Por lo poco que sabía de drogas, ni siquiera el
opio inyectado podía transformar a un hombre en otra cosa que no fuera una
piltrafa humana. El científico se había burlado de él y de su moralidad
cristiana de una forma excesivamente cruel, pero eso no significaba que hubiera
dicho la verdad. Lo mejor era olvidar
todo aquel extraño asunto y regresar a sus labores diarias.
Durante un par de semanas la vida transcurrió sin
problemas, salvo un desagradable incidente con un polaco alcohólico que
acostumbraba a darle palizas a su mujer e hijos, y que, cuando vino a buscarlos
al hospicio, a media noche y gritando como un energúmeno, se encontró con un sacerdote
iracundo lo echó de allí sin miramientos, alzándolo como un saco de patatas y arrojándolo
a la calle ante la sorprendida mirada de Mary.
Se acercaba la Navidad y el padre estaba muy ocupado
preparando una cena digna para los cientos de sin hogar que se encontrarían esa
noche en la calle. Su tarea consistía en buscar donaciones y los proveedores
más económicos o más cristianos para abastecer el hospicio, de manera que no se
acordó de que la Luna llena saldría precisamente el lunes 21.
El lunes pasó casi todo el día en el hospicio, tomando
el último tren en Picadilly Circus, como era su costumbre. La luna llena no era
visible, escondida entre la neblina y el constante humo de las máquinas de
vapor. Entonces, rumbo a la estación sintió un terrible dolor en el pecho, tan
fuerte que tuvo que apoyarse en una de las esquinas. Era como si el corazón se
le fuera a salir y la cabeza le fuera a explotar. Temiendo un ataque cardíaco miró
a su alrededor buscando alguien que pudiera ayudarle, pero nadie vino en su
auxilio. Cuando el dolor se hizo insoportable, se desplomó en la oscuridad del
callejón, perdiendo la conciencia.
A la mañana siguiente amaneció tirado en el mismo
callejón donde lo había dejado Moreau un mes antes, pero esta vez estaba
prácticamente desnudo, con la ropa echa jirones y sin zapatos, cubierto de
desperdicios y viejos papeles. Solo llevaba puesto el crucifijo. Se levantó
sorprendido, preguntándose cómo había llegado hasta ahí y qué hacía en
semejante condición. Recordó su dolor de pecho y llegó a la conclusión que
después de desmayarse, algún desalmado le habría robado, abandonándolo a su
suerte. Avergonzado por su apariencia, logro escabullirse hasta el hospicio sin
ser visto.
A pesar del frío de la mañana no tenía escalofríos,
pero decidió darse una ducha caliente para prevenir un resfriado; solo entonces
se dio cuenta, mientras que se frotaba furiosamente con jabón, que el agua que
bajaba hacia el desagüe estaba teñida de rojo sangre.
Se observó entonces las uñas, el pelo, el cuerpo:
estaba recubierto en parte por una costra de sangre seca, que evidentemente no
era suya, pues no estaba herido.
- Dios mío… – susurró para sí con temor - ¿qué me ha
pasado?
No salió en todo el día de su pequeña oficina en el
hospicio, y pasó mala noche, hasta que el miércoles a primera hora tuvo que
salir al mercado con motivo de los últimos preparativos de la cena de Navidad.
Para entonces, la noticia estaba en todos los periódicos.
- ¡Jack es destripado! – gritaba a todo pulmón el
chaval que repartía los panfletos.
O´Prey le dio el penique sin decirle nada e
inmediatamente vio los titulares.
- “Jack Squeers
– el Rey del West End – es hallado muerto junto a dos de sus socios”
“El pasado día martes, los cuerpos sin vida, o más
bien lo que quedaba de ellos, del tristemente conocido Jack “Pimp” Squeers y dos de sus empleados –
todavía no identificados – fueron encontrados en el West End. Los cadáveres
estaban desmembrados y parcialmente devorados en un estado tan lamentable que
solo han podido ser reconocidos por sus anillos de oro. Scotland Yard baraja la
posibilidad de una venganza entre distints bandas criminales”
El artículo, firmado por Bernadett Birke, proseguía
con un resumen pormenorizado de la historia criminal del hombre.
- No puede ser – murmuró el sacerdote, releyendo el
artículo una y otra vez –. No es posible – y entonces, sintiendo la urgente
necesidad de encontrar una iglesia y ponerse a rezar, partió calle abajo, como
un poseso, atormentado por las dudas.
****
A mediados de Enero, cuando la gente comenzaba a
recuperarse de las celebraciones del Año Nuevo y el caso de Jack Squeers se había olvidado, ocurrió
otro horrible asesinato: esta vez fue un inmigrante polaco, Piotr Kowalski, alcohólico con una extensa
historia de violencia familiar. Su cuerpo despedazado había sido encontrado
entre la nieve justo enfrente a su casa en Whitechappel, y nadie había visto o
escuchado nada, a pesar de la corpulencia del hombre. Scotland Yard se abstuvo
de hacer comentarios, pero había rumores de que una bestia merodeaba libremente
por parques y bosques y se produjo una intensa búsqueda, sin que llegara a hallarse
nada.
A finales de Febrero, el padre O´Prey recibió la
visita de James Usera-Brackpool. El inspector de Scotland Yard lo esperaba fuera
de su parroquia al terminar su misa.
- Hola, Padre Jesús – lo saludó el detective.
- James… que
agradable verlo de nuevo – el sacerdote le extendió la mano.
- Me temo que mi presencia aquí no se trata de una
visita como feligrés –el inspector no solía andarse con rodeos.
- Ya veo… - O´Prey no le rehuyó la mirada – pasemos
dentro – dijo, invitándolo a pasar – la chimenea está encendida y podemos
tomarnos una taza de té caliente.
James se sentó en la cocina de la pequeña y acogedora
vivienda parroquial, mientras O´Prey preparaba la tetera y sacaba galletas
caseras de una lata de Huntley & Palmers.
- ¿Leche y azúcar? – dijo el padre colocando las
tazas.
- ¿Sabes que el último ataque del lunático fue
cometido muy cerca de aquí? – comenzó preguntando el inspector – Hará como dos
noches.
- Sí, muy lamentable. De hecho la Sra. Thompson era
una de mis feligreses, una mujer piadosa. No tengo dudas de que fue el marido
quien la envenenó… cosas de herencias al parecer, según se supo en el juicio.
- Aquel hombre escapo de la horca por un tecnicismo
legal para caer bajo las garras de este… maniático. Lo encontraron con el
estómago desgarrado y sin vísceras.
- Justicia poética – dijo el padre sirviendo el té.
- Los últimos tres ataques fueron cometidos por el
mismo… individuo – continuó diciendo el inspector - y tienen las mismas
características de la bestia que perseguimos y matamos la última vez que nos
vimos, en la estación de Picadilly Circus, ¿recuerda?
- Cómo olvidarlo…
- A diferencia de los otros casos, este asesino tiene
predilección por atacar criminales o gente de probada bajeza moral. Y todos
esos crímenes tienen algo en común contigo. –James sorbió un poco el té.- Tú
conocías a todas las víctimas, ¿hay algo que me quieras contar? – Mirando a su
amigo a los ojos, añadió sombrío – yo no creo en casualidades.
El padre O´Prey no hizo ningún comentario. Se limitó a
jugar con su taza, y acto seguido añadió.
- Yo estoy fuera de toda redención – sus ojos
brillantes miraban al inspector con una intensidad animal–. Llevo en mí la
marca de la Bestia. Ni siquiera puedo contemplar suicidarme. Un cristiano no
puede suicidarse… – y entonces, cambiando de tema, preguntó - ¿Conoces a Lord Arkright?
- ¿El industrial? – dijo James algo perplejo - No
personalmente, pero por supuesto he oído hablar de él, tiene fábricas de casi
todo.
- Donde explota indiscriminadamente a niños – apuntó
el padre - aprovechándose de la falta de legislación al respecto. Un hombre
cruel que se enriquece a base de mano de obra barata e infantil, a la que somete
a largas horas de trabajo. Mi hospicio está lleno de esos niños y de los que
arroja a la calle cuando ya no le son útiles, enfermos para siempre a por
trabajar en tales condiciones. He tenido varios altercados con Lord Arkright, e
incluso he ido hasta sus lujosas oficinas en Regent Street… inútil… el hombre
no tiene ninguna conciencia social.
- ¿Por qué me cuentas esto? – pregunto intrigado el
inspector.
- Yo que tú, le ponía una trampa a ese monstruo - señaló
con locuaz tristeza el padre - digamos el 19 de Marzo, que es precisamente
cuando habrá luna llena, a mi juicio ese hombre de negocios está en riesgo.
Los dos amigos se quedaron un largo rato sin decir
nada, terminando de compartir un civilizado té. Justo cuando James se iba, el
padre le dijo:
- Otra cosa inspector.
- ¿Si? – dijo James, girándose hacia el sacerdote.
- Si quiere llegar a la raíz del asunto le
recomendaría investigar también a un tal Dr. Moreau, seguro es conocido en los
círculos científicos.
James se observó a su amigo con una mirada difícil de
descifrar.
Richard Arkright III era lo que podía considerarse un
verdadero empresario victoriano; nieto de un inventor de máquinas de vapor,
había crecido en el núcleo de una familia de clase media hasta que su habilidad
financiera y sus pocos escrúpulos lo habían convertido en el mayor proveedor de
la Industria textil del Imperio, y por ende en uno de los hombres más ricos del
mundo.
Hombre de organizada vida, salía de su oficina en Regent
St. y caminaba hasta la estación de Picadilly Circus, donde a las once en punto
de la noche tomaba su tren privado rumbo a su mansión en las afueras de
Londres. El tren tenía solo un vagón, el suyo, un lujo extravagante con todas
las comodidades inimaginables. Siempre llegaba 5 minutos antes de su salida, y
se sentaba a leer el Financial Times.
Fue así cómo escuchó lo que parecía un gruñido, proveniente del túnel que daba
paso a los trenes.
- ¿Hola? ¿hay alguien ahí? – dijo alzando la voz. Al
poco volvió a escuchar el rugido, esta vez más cerca.
El industrial prestó más atención; definitivamente
había algo en el túnel, pero no alcanzaba a distinguir nada más allá de sombras.
Entonces escuchó el aullido de un lobo, un aullido intenso, que parecía
contener todo el dolor del mundo, extendiéndose como un eco por toda la
estación, y que le puso la carne de gallina.
No había absolutamente nadie más en el andén, así que
sin pensarlo dos veces, se levantó nervioso y abandonó el sitio. Mientras
regresaba por donde había llegado, pensando en informar sobre aquel extraño incidente
a la policía, escuchó algo avanzando detrás de él, y se dio cuenta con temor de
que aquel animal lo estaba siguiendo como si le estuviera dando caza. Escuchaba
sus jadeos y gruñidos. Echó a correr, cada vez más aterrorizado, por aquellos
laberínticos pasillos, subiendo primero un nivel, después otro, hasta quedar
sin respiración y desplomarse en las escaleras mecánicas que daban a la salida,
que continuaron moviéndose hacia arriba con el rítmico tac,tac,tac, de su oculto
motor a vapor.
- ¡Dios santo! – susurró al ver a la bestia que se le acercaba.
Era enorme y peluda, y cuando se irguió en dos patas y
comenzó a subir lentamente las escaleras, mostró unas garras de largos dedos,
remotamente humanos y un rostro feroz, de afilados colmillos, por donde se le
deslizaban la baba como un lobo rabioso.
El industrial paso del terror al horror más absoluto,
que lo paralizó hasta el punto de no impedirle gritar. Distinguió los ojos
amarillos de aquel monstruo, inyectados de sangre, y sintió el olor de su
saliva. Cuando ya se disponía a entregar su alma al Altísimo, escuchó
claramente los disparo de un arma. Sorprendentemente, un soldado le disparaba
con un revolver a la bestia desde arriba de las escaleras mientras otro lo
tomaba y lo llevaba a un lado, protegiéndole.
El hombrelobo recibió los balazos con entereza,
aullando de dolor, pero no cesó de perseguir a su presa a pesar de las heridas,
que sulfuraban como si las balas de plata fueran ácido, y salió enceguecido por
el odio a la luz eléctrica de la plaza, donde el resto del equipo, usando su rifle,
siguieron disparándole sin darle tregua.
Un hombre vestido con un traje gris plomo y llevando
un bowler alzó la mano indicando que
se detuvieran los disparos, y se acercó lentamente a la bestia, en medio del aire
enrarecido por el humo de la pólvora. Llevaba una escopeta enorme, de cuatro
cañones, que descargó casi a quemarropa, dándole en el pecho y la cabeza. El hombre
lobo recibió el impacto con furia, alzó sus garras en un último arranque y
entonces cayó de espaldas, en medio de un charco de su propia sangre.
Antes de que el lanzallamas hiciera su trabajo final, James
Usera-Brackpool se arrodilló ante el cuerpo y tomó el crucifico celta de su
pecho, que parecía arder como un hierro al rojo vivo; en un último desafiante
gesto la bestia todavía tuvo fuerzas de tomarlo por la nuca y mirarlo con sus profundos
ojos amarillos.
- Déjeme morir – escuchó claramente el inspector –
déjeme… morirrrr – y entonces lo soltó y expiró con una última bocanada de aire
caliente.
Sobre la plaza brillaba una luna llena fría y azul
mientas la estatua de Eros, testigo mudo de la escena, parecía llorar.
Prey´s Moon es mi contribución a la Antología RETROFUTURISMOS editada por